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noviembre 21, 2024

El abrazo del murciélago

La Noticia

Andar en bicicleta siempre ha sido un caos en la Ciudad de México. A cada momento se tiene la sensación de estar a punto de ser atropellado, pero como en todo deporte extremo uno termina acostumbrándose a la adrenalina y la emoción que provoca andar entre las calles rotas de esta metrópoli. Estamos tan mal acostumbrados que nadie habla de lo sucedido en las avenidas, de las veces en que se esquivó a una persona que abría la puerta de su auto sin fijarse que venía una bicicleta. Ignorar las ocasiones en que se estuvo a punto de accidentar, es la única forma de poder disfrutar la pedaleada. 

Ese miércoles cuando la noche comenzó a abrazar a la ciudad, Pablo Duarte checó su bicicleta, se puso su casco y salió de su casa hacia la cabina de radio para grabar su programa semanal sobre literatura: Telegrafía Sin Hilos, que es transmitido en Convoy, una plataforma de streaming que tiene transmisiones en vivo. Era un trayecto corto de unos 20 min, en el que tenía que atravesar avenidas muy transitadas. 

Salió de la calle de su casa, giró a la derecha y tomó una gran avenida. Al llegar a la estación del metro se cambió de carril para pasar algunos autos que se quedaron estacionados. Era una maniobra difícil, ya que los coches circulaban a gran velocidad en ese tramo, pero él estaba acostumbrado. Hizo el movimiento sin ninguna dificultad extra y unos metros por delante regresó a su carril pegado a la acera derecha. Iba pedaleando a velocidad media. Pensando en el tema que trataría ese día en el programa.

Verlo recorrer esas vialidades concurridas era un espectáculo que aportaba belleza estética a las calles grises de la ciudad. Iba en su bicicleta azul, vestido con pantalón verde, una playera liza de color azul grisáceo, un suéter gris abierto y un casco negro de estilo “motociclista chopper”. Sin duda llamaba la atención. 

Mientras pedaleaba poniendo atención a los coches de enfrente, que luego se detenían sin avisar, sintió que algo lo golpeó en la espalda. De inmediato pensó que alguien le había arrojado algo desde un auto, tal vez una lata. Luego imaginó que le había caído una fruta de algún árbol, pero el golpe era más intenso, como si fuera algo más grande. Entonces creyó que podrían haberle arrojado un pañal sucio y hasta frunció el rostro en un gesto de asco. Le pasó por la mente la idea de no querer saber que lo había golpeado. 

Mientras recuperaba el control de la bicicleta,  recordó una salida con sus compañeros de la prepa al Ajusco. Iban en un Topaz azul y su compañero, dueño del auto, había quitado el asiento del copiloto para poder meter su computadora, una gran máquina, un poco más grande de las que usábamos en los noventa y así lograr entregar su trabajo final de computación. Se había quedado sin disco para grabarlo y como era el último día y no quería reprobar, decidió llevarse su computadora. En ese entonces era muy común que la información que se grababa en el disco se borrará con mucha facilidad y se perdiera todo el proyecto, por eso llevó su computadora y se quitó de problemas. 

Además de él y Pablo iban otros tres, bromeando y riendo. Traían la música a alto volumen y venían cantando. Era un trayecto largo, como de más de cincuenta minutos. Llegando al inicio de la carretera decidieron pararse en una tienda a comprar botanas y cervezas. Al subir de nuevo al auto, en un arranque de irracionalidad adolescente decidieron jugar al tapetazo. 

Uno de ellos tomó uno de los tapetes del coche, de plástico grueso, rígido y pesado.  Como no había asiento delantero se logró parar, sacar medio cuerpo por la ventana y tomar el tapete con sus dos manos. 

A lo lejos vieron a un chico cómo de su edad, que iba subiendo en bicicleta por la pendiente de la carretera. Disminuyeron un poco la velocidad para acercarse  y justo cuando llegaron junto a él su compañero tomó el tapete, con toda la fuerza de la impulsividad adolescente, le pegó un golpe seco por la espalda al chico de la bicicleta . Sonó de tal forma que los hizo pensar en el ardor que debió de provocar dicho madrazo.

Al escuchar el golpe el conductor aceleró alejándose a toda velocidad. Sólo pudieron ver como la bicicleta se tambaleaba y se salía de la carretera por una pendiente. El chico rodó por el suelo, una caída aparatosa. Un acto hecho con toda la mala intención, pero con la inconsciencia que tiene todo adolescente al jugar una broma de mal gusto en la que nunca se piensa en las consecuencias. 

Duarte, como le decían sus compañeros, recordaba obsesivamente la imagen del chico cayendo y sentía culpa de lo que habían hecho, pues pensaba en todas las consecuencias que pudo tener ese muchacho al caer de su bicicleta. Era posible que pudiera tener varios golpes, raspones y hasta una mano o un tobillo rotos, además de estar tirado sin poder pedir ayuda. 

Después de este recuerdo se dio cuenta que no podría estar pasandole algo similar, inmediatamente el golpe lo hubiera tirado. El ruido de los coches que pasaban y su cercanía a alta velocidad le provocó miedo. 

Las asociaciones con los recuerdos siguieron. Se encontraba en la misma avenida donde uno de sus amigos se había accidentado andando en bicicleta.  No se supo bien qué fue lo que pasó , pero su amigo le había contado que sintió un golpe en la espalda, nunca supo qué, ya que el impacto lo desequilibró y cayó con la bicicleta al asfalto, rodando por una calle que iba en bajada. No recordaba bien, pero contaba que había rodado cuesta abajo y golpeado al final con el casco en la banqueta. Se quedó tirado por unos minutos, sin recibir ayuda y luego tomó su celular para hablar a emergencias y avisar a sus papás del accidente. 

Pasó a su lado una pareja ya grande y al darse cuenta del accidente lo ayudaron hasta que llegó la ambulancia. Su amigo terminó en el hospital con varios golpes y la muñeca rota. Tuvo que ser operado y tardó varios meses en recuperarse y aunque había quedado bien después de la rehabilitación, a Duarte se le instaló mucho miedo, por lo que siempre manejaba con extrema precaución. 

Así que se sintió enojado. Cómo era posible que por más cuidados y precauciones que ha tomado durante años de andar en bicicleta, ahora por culpa de algún loco o impulsivo juego de adolescentes él saliera accidentado. 

Luego noto qué no perdió el control y se detuvo. En ese momento escuchó unos chillidos extraños, y al voltear se asombró con lo que vió: había recibido un inesperado abrazo de un murciélago. ¿Cómo era posible que en una ciudad tan grande lo hubiera golpeado un murciélago? si no es común ver murciélagos en la Ciudad de México. Pensó que de seguro el animal no lo había notado y se impactó con él. 

El murciélago tirado en el suelo aún se movía atolondrado, cuando frente a Pablo pasó algo que aún no logra explicarse. El murciélago cobró forma humana y por unos segundos tuvo la apariencia de una mujer de pelo negro largo con vestido negro que le llegaba hasta los tobillos. La señora volteó a ver a Pablo y le dijo: «disculpeme joven, no lo vi. »Salió corriendo y de nuevo se fue transformando en murciélago para emprender el vuelo. 

El abrazo del murciélago

Pablo Duarte, contó en su programa lo que le había pasado rumbo a la cabina: «De caminó recibí un inesperado abrazo… »y escribió unas líneas que también leyó en vivo: 

Me atacó un murciélago

El súper poder que ansío no llegará 

No sé la maldición que recibiré

—Pablo Duarte, Telegrafía Sin Hilos1 

ilustración y Texto: Arturo Llamas

  1. Cuento inspirado en una anécdota contada por Pablo Duarte en el programa de Convoy: Telegrafía Sin Hilos, que se transmite los Miércoles a las 20hrs. ↩︎

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