I
Noche tras noche, cuando duermo, siento los pasos del batallón de militares que se acerca. Despierto sobresaltado, escuchando los pasos cada vez más fuertes sobre mi oído. Volteo a mi alrededor y no distingo si la pesadilla terminó o está comenzando, ya que me encuentro en esta cama, dentro de este cuarto de paredes blancas donde me mantienen encerrado y los doctores intentan hacerme creer que nada de lo que digo sucedió.
Ahora que estoy afuera, me doy cuenta con mayor claridad, de que todo lo que tengo en mi mente, y que a toda costa han intentado borrarme, ya sea con ideas, terapias, hipnosis, medicamentos y hasta terapias eléctricas, fue cierto y nada es invención, nunca estuve loco, como me hicieron creer.
No sé donde me encuentro, ni qué año es, pero puede ser cualquier lugar del mundo y la pesadilla siempre es la misma.
II
No es que yo me metiera “al Movimiento”; siempre estuve adentro, desde que nací. Mis padres eran poliamorosos y no creían que la monogamia fuera la única opción. Así crecí, dentro de este ambiente, que pide respeto a las diferencias y garantía a nuestros derechos como humanos. El movimiento lo tenemos desde hace muchos años, no es improvisado, ni es un juego, ni mucho menos una moda. Se trata de defender todo lo que creemos, por lo que siempre hemos luchado y han luchado nuestros padres y los padres de nuestros padres.
Desde el inicio tuvimos claro que era lo que sucedería, no es nada desconocido, la pesadilla siempre es la misma, la conocemos muy bien; detenciones, represión, policías, macanazos, los pasos del batallón de militares, las luces de bengala, los disparos, las corretizas, los muertos, los presos políticos y los desaparecidos. Pero no existía otra alternativa, o te largas o te quedas en la ciudad a ver de a cómo te toca. No hay más.
III
Somos muchos, venimos a pie, riendo. Bajamos por la calle principal, luego vuelta a la derecha para tomar la avenida y dirigirnos al centro. Nunca se han visto manifestaciones espontáneas tan grandes. No era tolerable que una verdadera multitud desfilara por las principales avenidas, llevando mantas y pancartas que se mofaban de la autoridad, que cuestionan la moralidad, las buenas costumbres y la intolerancia. Había que aplastar la protesta.
Al marchar por las calles como lo hicimos, de cierta forma vengamos a los participantes de otros estados que fueron reprimidos antes que nosotros. No nos detendríamos a pesar de que la situación no estaba a nuestro favor. A pesar de los castigos no podíamos permitir que nos siguieran reprimiendo, que no nos dejaran ser libres y que nos impusieran una forma de relación que no nos acomodaba, que iba en contra de todos nuestro ideales y nuestras necesidades.
Nuestra protesta era más bien un desfile, un carnaval lleno de diversión, baile y música, la gente se arreglo y se disfrazó para celebrar y protestar, una combinación entre fiesta, gritos, demandas y consignas. Mostramos nuestra inconformidad enseñando lo que somos y lo felices que nos sentimos.
IV
Las calles se fueron llenando de policías conforme fuimos avanzando, los batallones del ejercito se desplegaron para irnos rodeando. Nos encerraron por todos lados y esperaron el momento justo.
Nunca se había visto tal número de elementos de las fuerzas militares desplegados dentro de la ciudad. No lo podíamos creer; tantos militares, con armas de alto poder y hasta en tanques, para detener a unos civiles indefensos que bailaban y cantaban felices mientras mostraban quienes eran y cómo les gustaba vivir, de seguro se ponía en peligro la seguridad del país, se atentaba contra el estado, no fueran a desestabilizar la nación al tener relaciones amorosas con más de una persona, que tipo de gobierno puede permitir tales comportamientos, no se puede permitir actos que atentan a la buenas costumbres y a la naturaleza humana, por eso teníamos que ser reprimidos, para que nunca más se nos ocurriera comportarnos de esta forma, para que olvidáramos este tipo de ideas y dejáramos el movimiento para siempre, por eso la represión tenía que ser ejemplar.
V
Los disparos surgían de todos lados, tanto de lo alto de los edificios, como de la calle. El campo de batalla, las banderas de colores arcoíris estaban tiradas, pisoteadas, ensangrentadas, podías ver algunos cuerpos caer sobre ellas, con los ojos abiertos y las pupilas dilatadas por el espanto, llenas de miedo. Pelucas de colores tiradas, los tacones rotos y algunos zapatos perdidos, ropa, carteles, y todo lleno de rojo, un rojo que escurría y ensuciaba. Se desploman los cuerpos, los gritos, el pánico, las corretizas, la gente cae, algunos lloran, otros salen de la plaza, corren, entran en los edificios, piden ayuda, la gente de los edificios se queda aterrorizada, algunos ayudan a los manifestantes, otros tratan de huir, sin saber que hace, salen de sus casas y corren, las calles llenas de policías y militares. Los batallones avanzan como si estuvieran en guerra, frente a los muchachos que enfundan sus armas: unos carteles y unas mantas con rayas de colores, bailes y música a todo volumen, unas armas que inquietan las consciencias y las buenas costumbres.
VI
Entramos en el edificio, alguien abrió la puerta del departamento, nos dejó entrar y nos escondimos, debajo de la cama y en un closet, escuchamos las detonaciones, el abrir y cerrar de las puertas, los gritos, temblamos.
Esperamos que todo terminara sin dejar de temblar. Pasaron por mi mente un millón de cosas: los miedos, el espanto, la indignación, la violencia, el odio, la furia, los insultos, la desesperación, el dolor de mi tobillo torcido, parecía que el final se acercaba.
Tres chicas y otro muchacho compartimos el refugio, queríamos salir y poder escapar, pero no nos queríamos mover. Pasamos horas juntos, encerrados en esa habitación. Toda la noche estuvimos encerrados en ese closet. Esa chica de pelo lacio y castaño, que tenía un perfume que nunca podré olvidar, me abrazo presa del miedo, su cuerpo temblaba, un temblor que nos fue uniendo, la abrace y le acaricie la espalda para calmarla, para tratar de calmarme. Ella se recostó sobre mi pecho y lloró, yo le hice señas de que guardara silencio, alguien nos podría escuchar. Ese momento se volvió eterno, parecía no terminar, y fue entonces que ella me volteo a ver a los ojos y me dio un beso en la boca, yo le respondí y me dejé abrazar, un abrazo lleno de cariño, a pesar de no conocernos.
En ese encierro con ella me sentía tan bien, pero la situación era terrible, ahí indefensos, con los dados tirados a la suerte, dando vueltas en el aire eternamente, como si el tiempo se hubiera detenido al hacer la tirada; al entrar a ese departamento y escondernos en ese closet, sin saber que sucedería. Sólo teníamos el apoyo de ese abrazo entre dos desconocidos.
Arturo Llamas
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